jueves, 27 de noviembre de 2008

Síndrome de abstinencia Han pasado cuatro semanas y cinco días desde que me pateó Isabella y ya comienzo a sentir la carencia.

Síndrome de abstinencia
Han pasado cuatro semanas y cinco días desde que me pateó Isabella y ya comienzo a sentir la carencia.


Apenas puedo concentrarme, mis niveles de vulnerabilidad se disparan y calculo que pronto mis compañeras de la revista pasarán a ser potenciales targets. El lunes, lo confieso, me descubrí admirando la ceñida falda de mi jefa. De un golpe descubrí que ella, con esa cara de mala a lo Doggenweiler, no estaba mal, para nada.


Decidí pedirle consejo a la Ale. “¿Tú con síntomas de abstinencia?”, se rió, atragantándose con su daiquiri cuando le pedí que nos juntáramos esa noche en el Ebano. Parecía feliz con mi revelación, la muy pérfida. Tuve que recordarle que el tema no era chacota, que todo podía acabar en tragedia. Más seria, me advirtió que vendrían síntomas peores. “No descarto alucinaciones en tu caso”, dictaminó. Como era experta en el tema, le creí. La última vez que mi amiga se despeinó fue... ¿Cuánto tiempo llevaba untouched la Ale? Ni siquiera quise preguntarle. De puro perna, porque candidatos no le faltan.

Día 2, Post charla con la Ale: Ando decaído y me estoy tapando de acné (según la Ale, este síntoma tiene otro nombre). Hasta la señora del quiosco enciende la pantalla de mi radar de combate. Lo peor es que las mujeres parecen aprovecharse de mi sequía goleadora. La periodista que cubre moda, la misma que antes me celebraba todos mis chistes, ahora dice que ando cargante. Ni la estudiante en práctica con frenillos me habla. Tengo menos rating que el Gordo Mamón de “Tocando las Estrellas”. Estoy más out que Rodrigo Eittel.

Día 3: Me tiritan las piernas cada vez que una mujer se me acerca. Cuando mi jefa me llamó hoy a su oficina, se me ocurrió que debía ser de esas mujeres repentinas, que se inspiran de golpe y te piden un “aquí y un ahora, papito”. Pero era para retarme. La única que sigue cariñosa es la Ale, que es como una hermana. Aunque podría ser una prima, esas que ves tarde, mal y nunca. “La Ale corre peligro”, garrapateo en mi diario de náufrago.

Día 5: La Ale hoy tiene un aire a lo “Candy dulce Candy”. Si me invita a tomar algo, le diré que “no soy yo cuando me altero”, citando al doctor David Banner en “Hulk”. Pero ella se ve más interesada en un fotógrafo melenudo que acaba de llegar a la revista. Como su Anthony agoniza, la muy desertora se va con Terry ¡Mujeres sin fortaleza! Isabella me escribió un e-mail para ofrecerme ser amigos. ¿Hay algo peor que una ex te pida eso? Sí, que de puro horny lo pienses.

Día 9: Llego a la revista barbudo y en pre-colapso. Todas me reciben bailando Can Can, mientras el chascón de fotografía toca en un piano la banda sonora de “Moulin Rouge”. Mi jefa y la Ale bailan en un escenario, cubiertas sólo con plumas. Aunque intento cazarlas, no puedo y tropiezo. Abro los ojos y estoy en la enfermería, con un paramédico firmando una licencia por estrés laboral alucinatorio.

Buena amiga la Ale. Llegó a visitarme al otro día a mi departamento. Muerto de vergüenza, estuve a punto de confesarle las tropelías que imaginé si llegaba a ponerle las pezuñas encima, aunque la primera en la lista era mi jefa. Pero la Ale me interrumpió y me habló de un chamán mexicano, de esos que invocan espíritus para darte paz y que estaba a punto de llegar en peregrinaje. “Te va a hacer bien”, me dijo. Tan puerco me sentía que le prometí acompañarla donde el chamán ése. Un encuentro contigo mismo, me comentó, tan profunda y conectada con su yo que es la Ale. Ni ella ni yo nos imaginamos que en esa reunión íbamos a liberar, por fin, nuestros demonios más ocultos (próximo capítulo: Sensaciones cósmicas).

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